Dimitris Christoulas



Esta pasada noche, Atenas ardió en rabia por la muerte de Dimitris Christoulas. Su historia, la de un jubilado que se pegó un tiro en la cabeza ante el Parlamento tras ser reducido a la miseria económica, es una triste muestra de hasta dónde puede llegar esa violencia silenciosa que el sstema nos aplica todos los días en aras de una recuperación quimérica, de la competitividad o del mero culto a la riqueza. A su riqueza, claro está. Lo explica el propio Christoulas en su nota de suicidio:


“El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del Estado durante 35 años. Y dado que mi avanzada edad no me permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un kalashnikov, yo le apoyaría), no veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir. Creo que los jóvenes sin futuro cogerán algún días las armas y colgarán a los traidores de este país en la plaza Syntagma, como los italianos hicieron con Mussolini en 1945″




Antes de apretar el gatillo, gritó: "No quiero dejar deudas a mis hijos".



Su historia puede parecernos lejana, aunque las estadísticas demuestren lo contrario. Antes del inicio de la crisis, Grecia era el país europeo con menor tasa de suicidios, por debajo del 3%. En 2011, esta cifra se incrementó un 40% debido a los recortes draconianos que sufre la sociedad helena. En España, según el INE, diez personas se suicidan cada día, aunque, de momento, esta estadística no ha variado demasiado respecto a los tiempos de supuesta bonanza económica. Sin embargo, todos recordamos los más de cincuenta suicidios en France Telecom por el acoso laboral o, más recientemente, los casos del padre de familia catalán que se ahorcó en plena calle antes de ser desahuciado o el del trabajador valenciano que se quemó a lo bonzo tras ser despedido el pasado febrero.



Si miramos a nuestro alrededor, veremos como la desesperación y la carencia absoluta de oportunidades afectan cada vez a más gente. La violencia de un sistema que expolia sistemáticamente a sus trabajadores comienza a ser evidente, aunque los medios se empeñen en taparla, poniendo el acento en las algaradas callejeras provocadas por las políticas de austeridad y la desvergüenza de políticos, banqueros y demás saqueadores. El futuro dirá si nos atreveremos a colgarles en las plazas antes de terminar rebuscando nuestra dignidad en los cubos de basura. En las altas instancias del capitalismo seguirán hablando de recortes necesarios y de sacrificios en honor a los mercados, sin darse cuenta de que tienen sangre en las manos. Mientras, en la calle, cada vez hacen falta más policías para acallar a los que reclamamos el futuro que nos están robando. Ayer, en Atenas, murió un hombre digno que se negó a acatar una vida miserable. ¿Cuántos de nosotros podremos decir mañana que somos hombres libres?

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